Mientras que el 40% de la población subsahariana no dispone de acceso al agua potable, los inversores internacionales hacen negocio acaparando los territorios por donde transita.
Esta semana, el Gobierno etíope comenzaba las labores para desviar el curso del Nilo Azul, de cara a la construcción de una faraónica (y polémica) presa en la región de Benishangul-Gumuz.
El dique, que forma parte de un proyecto de inversión cercano a los 12.000 millones de dólares para impulsar las exportaciones de energía, ya cuenta con la objeción formal de Egipto y Sudán. Caudal abajo (el Nilo Azul es uno de dos afluentes del Nilo), ambos países aseguran que la construcción de la presa viola un acuerdo de la época colonial que les otorga el 90% de las aguas del mayor río de África.
Sin embargo, ¿cuáles son las repercusiones de estos acuerdos en la población local? ¿Se está acaparando (y revendiendo) agua en la región?
El pasado año, un informe de la organización Grain denunciaba la lucha abierta por un elemento que resulta cada vez más preciado: el agua. En él, se mostraba cómo la cuenca del Nilo, económica, ecológica y políticamente frágil, ahora es el blanco de una nueva oleada de proyectos agrícolas a gran escala. Y la primera interrogante que debía ser contestada es si hay suficiente agua para hacer esto.
«Una de nuestras mayores preocupaciones es medioambiental: están secando los ríos. Muchos de los contratos que se firman no tienen el mínimo interés sobre el impacto a medio y largo largo», asegura a ABC Henk Hobbelink, coordinador de la organización, quien se muestra preocupado sobre la influencia en las comunidades locales de este proceso de acaparamiento.
Para el experto, los principales actores implicados en esta adquisición de tierras de cultivo son: «Por un lado, inversores privados afectados por la crisis financiera a partir de 2007, que buscan un sitio seguro para sus inversiones. Y por el otro, países (caso del Golfo Pérsico o China) que tienen mucho dinero, pero no cuentan con seguridad alimentaria. Así que buscan tierras fértiles para poder cultivar y después llevarse la cosecha a su territorio».
En este sentido, en su obra «World on the Edge», el activista estadounidense Lester Brown relata cómo, en 2009, Arabia Saudí recibió su primer cargamento de arroz producido en tierras de Etiopía. Todo ello, a pesar de que el Programa Mundial de Alimentos se veía obligado entonces a alimentar a cinco millones de etíopes.
Y el nuevo paradigma ha provocado no pocas tensiones.
En abril de 2012, un grupo armado atacaba las instalaciones de la compañía Saudi Star Development Company en la región etíope de Gambela (propiedad del millonario árabe Mohamed al Amoudi y que se sirve del río Alwero para regar sus plantaciones), dejando cinco personas muertas. Los motivos parecían claros: la comunidad local Anuak había pescado y cultivado en estas riberas durante siglos. Sin embargo, ahora se encuentra sumida en una crisis alimentaria sin precedentes.
No era una excepción. Un reciente estudio de la Universidad de Virginia y la Universidad Politécnica de Milán denunciaba cómo el fenómeno de acaparamiento de agua se ha intensificado en el últimos cuatro años debido, en gran parte, al aumento en 2007-08 del precio de los alimentos.
«En menos de una década, las tasas de la tierra y el acaparamiento de agua han aumentado dramáticamente», reconocía Paolo D’Odorico, coautor del estudio.
Para el analista, «incluso solo una fracción de los recursos acaparados sería suficiente para reducir, sustancialmente, la desnutrición que afecta a algunos de estos países que ceden sus tierras».
De igual modo, D’Odorico advertía que países como Sudán y Tanzania tienen el potencial de convertirse en los nuevos «graneros» globales. Claro está, sin influencia positiva para su población local.
En continua expansión
No son los únicos afectados. El pasado año, un análisis de las inversiones internacionales en más de mil transacciones sugería que, desde 2000, once países (siete de ellos, africanos) concentraron el 70% de las adquisiciones totales de terrenos agrícolas.
Como destacaba entonces la asociación Land Matrix -cuyo objetivo es promover la transparencia y la rendición de cuentas en el sector- pese a que la fiebre por la adquisición de tierras en el continente africano (afincada especialmente en Sudán, Etiopía, Mozambique, Tanzania, Madagascar, Zambia y República Democrática del Congo) pudo haber alcanzado su pico en 2009, ésta aún continúa.
Las cifras no son menores. Solo en este periodo, se produjeron en la región cerca de 754 acuerdos que supusieron la apropiación de hasta 56,2 millones de hectáreas, un área equivalente al 4,8% del total del África agrícola, o el territorio de Kenia.
El negocio del agua, cada vez menos cristalino.
Fuente: ABC. ¿A quién pertenece el agua en África?